“Por qué salí a comprarle heroína a mi hija”: la desgarradora experiencia de la madre de una adicta

Lo habíamos intentado todo. Tenemos un fuerte sentido ético y tenemos dos niños más pequeños observándonos y viendo nuestras decisiones. Queríamos mostrarles que uno no roba a la familia. Punto final.

Llevamos a nuestra hija ante un tribunal y nos sentamos con ella, apoyándola, y le dijimos: “Estamos aquí para ti, pero no vas a hacer eso. No se te permite robarnos”.

El tribunal ordenó para ella una rehabilitación que implica someterse a un control dos veces a la semana, empezar un programa de metadona y recibir consejería en sesiones de grupo específico para gente con problemas de adicción.

También debía portar un localizador electrónico durante tres meses, lo que significa que debe permanecer en nuestra casa entre las siete de la tarde y las siete de la mañana.

Pensamos era el mejor escenario, porque no queríamos que terminara en la cárcel.

Sólo queríamos ayudarla y no parecía que tuviéramos ayuda de otra manera. Así que pensamos que esa sería la mejor solución posible.

Salimos del tribunal a eso de las 2:30 o 3 de la tarde, y le pregunté al abogado cuándo teníamos que empezar con ello.

“Ahora mismo”, contestó.

Teníamos que regresar a casa, porque los encargados de colocarle el localizador podían llegar a cualquier hora, me dijo.

“Bueno, ¿y qué hay de la adicción a drogas de mi hija?”, le pregunté.

“Usted sabe que no puede parar así de repente. ¿Qué va a pasar? Va a fracasar inmediatamente. Va a salir corriendo porque la desesperación para conseguir las drogas es tan grande que no vamos a poder mantenerla en casa“.

“Pues, vayan al médico de cabecera”, me contestó él.

Así que fuimos a donde el médico, quien nos contó que ya no recetaban metadona, y que para conseguirla tendríamos que ir al centro de rehabilitación.

Allí fuimos y nos dijeron: “Disculpen, nosotros no somos un servicio de emergencia, tendrán que contactar al médico de cabecera”.

Le explicamos que habíamos ido donde el médico y que nos había dicho que fuéramos donde ellos.

“Pues no podemos hacer nada hoy. Ella no se va a morir de la abstinencia”, nos contestaron.

Quedé perpleja ante esa falta de responsabilidad y que toda la carga estuviera sobre nosotros, los padres. “Es su problema. Ya tiene el detector que la obliga a quedarse en su casa”.

No puedes vivir con una persona que se está absteniendo de una adicción de US$150 al día, que va a pasar el día pataleando y gritando y llorando y vomitando y probablemente rompiendo cosas porque está tan frustrada y asustada.

Pero a nadie le importa. Los servicios de emergencia no suministran metadona. Estás en una encrucijada.

Yo no compré la heroína personalmente. Simplemente conduje el auto a una zona y ella salió, se inyectó y regresó.

Y de alguna manera sentí como si hubiera tomado un paso hacia un lugar distinto, como si fuera otra persona. Había hecho algo que en toda mi vida no haría ni me imaginé que haría.

Compra de drogas

Pero mi esposo se sintió completamente traicionado.

Tuvo una opinión muy fuerte al respecto. Estaba muy molesto.

Sintió que lo había traicionado al ir a la calle a comprar las drogas porque ya habíamos tomado una decisión al respecto hacía años. Cuando nuestra hija reconoció que tenía un problema dijimos que le daríamos todo el apoyo posible pero nunca le compraríamos drogas. Nunca le daríamos dinero o regalos, sabiendo que los vendería para poder comprar drogas.

Cuando le dije a mi esposo lo que habíamos hecho, quedó desconsolado durante días.

Y en cierto momento, sin que yo me diera cuenta, escribió a la BBC:

“A nuestra hija adicta a la heroína se le ordenó someterse un programa de rehabilitación con un toque de queda de 7 a 7, controlada mediante un localizador electrónico, y teniéndose que quedar en la casa familiar. Pero como todavía no se le ha suministrado metadona, mi esposa se la ha llevado a la calle para ver si puede comprar algo (es la medianoche ahora)”.

Le prometí que jamás lo haría otra vez.

Y él dejó muy en claro que si lo volvía a hacer que eso recaería sobre mí porque no aceptaría la traición, el hecho de que yo actuara contra sus deseos.

Él tiene una actitud muy rígida ante la vida, como muchos hombres, creo. Y si hay algo que he aprendido de esta situación en los últimos ocho años, es que las cosas no son en blanco y negro. Hay todo tipo de matices.

Hemos conversado mucho al respecto desde entonces. No haría eso ahora. Creo que hubiera ido al servicio de urgencias e insistido en que le dieran algún tipo de sedante fuerte.

Ahora está bajo un programa de metadona, en el que recibe una dosis determinada cada mañana en la farmacia. Tiene que tomársela frente al boticario y luego regresa a casa.

No tiene síntomas de abstinencia y tampoco se siente drogada. No produce efectos de euforia, solo evita el malestar, y puede funcionar durante el día.

Ayuda con la limpieza de la casa y a preparar la comida.

Con el tiempo tomará menos metadona cada día, con miras a dejarla por completo en seis meses.

Antes de que nos presentáramos ante el tribunal me dijo: “Ya estoy harta. Esto es horrible”.

Había intentado suicidarse un par de veces, una vez fue tan serio que tuvo daños al hígado. Pero tiene que mostrar tu voluntad de entrar en un programa de metadona. No puedes aparecer y decir, “Estoy harta de ser una adicta a la heroína, quiero pasarme a metadona”.Metadona

Tienes que asistir a por lo menos dos semanas de reuniones y tienes que demostrar que estás tratando de dejar la heroína por tus propios medios antes de que te pongan en tratamiento de metadona.

Es una verdadera encrucijada, porque ella realmente quería dejar la droga en ese entonces. Odiaba su vida.

Obviamente, estaba muy deprimida, porque estaba intentando suicidarse. Había adelgazado mucho, le había robado a su hermana que era, o es, su mejor amiga. No había nada positivo en su vida.

Al ordenar el inicio del programa de metadona, el tribunal forzó a centro de asistencia contra las drogas a actuar. Tuvieron que iniciar el programa anticipadamente.

Tomamos un día a la vez. Ha tomado cinco años para llegar hasta este punto, así que las cosas no van a cambiar en cinco minutos.

Nuestra hija ahora tiene su propio lugar, que es parte de nuestra casa y que hemos remodelado para que tenga su propio acceso. Nosotros tenemos que golpear antes de entrar en su espacio de la casa.

Y volvió a tener a su perro, lo que tiene a ambos muy contentos.

Son pequeños pasos como esos, recordando que eres amada, recordando que hay gente en tu casa que todavía te esperan y quieren tu recuperación.

Sé que estoy siendo presumida, pero ella es realmente bella y muy inteligente. Hubiera podido ser lo que quisiera. Está tan interesada en animales que hablaba de ser veterinaria, hace años soñábamos con eso. Eso está tan lejos de la realidad de lo que es su vida adulta.

Ahora el sueño es muy diferente. Simplemente es que su adicción desaparezca y que sea feliz.

Me siento 50% responsable, porque pienso que así somos las madres. Algunos días pienso que hice todo por las razones debidas, aunque ella no lo crea, y estoy orgullosa de que sigo aquí, firme y cuerda. Pero, otros días me despierto y pienso que todo ha sido culpa mía.

Tal vez si no la hubiera echado de la casa al principio cuando no quería dejar las drogas… es difícil saberlo.

Ahora confío en que no nos robará.Dejo mi bolso por ahí. No me preocupo. No estoy muy segura de que no vuelva a contactar a la gente indebida porque es un proceso lento.

En los primeros días de su regreso, estoy segura que no confiaba en mí, que sabía que entraba en su habitación para echar una mirada y cerciorarme de que no había parafernalia de drogas, pues eso es lo que empiezas a hacer como madre. Empiezas a buscar el equipo y las cosas que usan.

Pero ya dejé de hacerlo.

Y ella ha pasado todos sus controles durante nueve semanas, así que supongo que la confianza entre nosotras se está afianzando”.

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